Yo también entubaré mis ríos
Texto y fotografías por Thaís Espaillat
Quisiera haber escrito esto mientras lloraba en el aeropuerto, con el mezcal todavía quemándome la garganta. Ir a México es abrumarse. Hay demasiados colores, demasiados sonidos, demasiados olores, demasiadas personas. En la ciudad no hay mar que contemplar, pero mirar los álamos quizá pueda servir el mismo propósito. Con sus hojas verdes y sus otras casi plateadas, parecen estar en constante movimiento, como el lugar que habitan. Algún otro tipo de oleaje se divisa en lo que caminas por la calle y se te van secando los labios, tan lejos de la humedad a la que están acostumbrados.
Cuando hablo de estar abrumada lo digo de la forma más placentera en la que puede una sentir demasiadas cosas al mismo tiempo. Comer una quesadilla en una tortilla azul recién hecha, comer mango con picante, bañarse en una piscina en Cuernavaca, contemplar comprar gardenias en la calle, ir a un museo, a un jardín botánico, tener una pareja frente a ti besándose como si no estuviesen en un vagón de metro repleto de gente, manejar cinco horas hasta Oaxaca, ver una montaña de tierra verde, probar una tlayuda en un mercado, caminar en las cascadas petrificadas de Hierve el Agua, oler azucenas en un bar, ver gente bailar con las rodillas, sólo las rodillas. Todo se siente como que te pasa al mismo tiempo y tú sólo puedes descansar mirando algún álamo, alguna jacaranda.
Descansar podría ser una exageración, porque de México no se descansa, una simplemente pone las cosas en pausa para poder respirar. Pero está bien, porque se puede ir a la cineteca a llorar viendo “Stalker” a sala llena, se puede beber pulque, se puede caminar en un parque donde también pasea un cerdito como si fuese un perro. México está lleno de cosas absurdas, de cosas que en el poco tiempo que estuve no tuve la capacidad de entender. Tampoco quisiera entenderlo del todo, ni creo que se pueda. Sería mejor beber mezcal mirando la luna y esperar a sentir la corriente de los ríos entubados que, siento, no dejan que el agua se apose y se pudra todo.
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Thaís Espaillat (Santo Domingo, 1994) es poeta, editora y artista visual. Su trabajo tanto poético como (audio)visual tiende a centrarse en viviseccionar y documentar el mundo (interior y exterior) para luego digerirlo y entenderlo. Edita y diseña zines desde su pequeñísima editorial, Hacemos Cosas. Ha publicado la plaqueta Eres un pixel (Mula Blanca, 2015), los poemarios Pudo haberse evitado (Eloísa Cartonera, 2017; Ediciones Cielonaranja 2018) y A veces quisiera dormir dentro de un pomelo (Ediciones Nebliplateada, 2019) y los zines Me voy a morir en Costa Rica (Hacemos Cosas, 2017), Este título es un secreto (Hacemos Cosas, 2017), Alguien por favor make me stop thinking (Edge Zones, 2018) y La verdadera violencia de las verduras (Hacemos Cosas, 2018). Imparte el taller experimental de poesía “Aprender a hablar solo”.